Yo no viví con vosotros
los tiempos en que nadie se entendía.
Yo no era ni tan siquiera
un proyecto de vida de mis padres.
Yo no corrí, yo no luché,
yo no dejé mis brazos y mis piernas en medio del camino,
Yo vine cuando ya la mesa estaba puesta,
cuando se habían ido los que tuvieron que irse
porque no había sitio para todos,
porque no cabían pensamientos en las calles
y se llegaron a prohibir las amapolas de los campos.
Yo nací con un terrón de azúcar en la boca
y me hablaron de cuando no había pan
y yo no lo creía.
Yo rezaba sin saber al lado de quién tenía que rezar
y estudiaba la historia de los libros
hasta la página en que solo había garabatos desdibujados.
Y me hablaron de guerras fratricidas,
mientras yo disfrutaba de una paz plácidamente impuesta.
Yo estudié política en las aulas, cuando la política era solo una.
Y a pesar de todo
empecé a saber que había una razón
detrás de aquello que no se nos contaba.
Que había que encontrar las diferencias,
como en dos dibujos aparentemente iguales
en los pasatiempos de un periódico.
Y ahí estaban, lo sabía,
era cuestión de mirar, de seguir buscando.
Ahí estaban los nombres y apellidos,
ahí estaban las vidas y las muertes.
Y las familias y los amigos
y las palabras escritas y no escritas
y la música callada, silenciada
a golpe de fusil y alarmas antiaéreas.
Hoy sé que soy para que ellos vuelvan.
Hoy sé que estoy para mirarlos a la cara,
para darles mi mano y abrazarlos
y darles aliento
con la sangre que fluye acompasada por mis venas.
Y como yo
todos los que nacimos con un terrón de azúcar en la boca.
Sabemos que nacimos para eso,
para abrazar a aquellos a los que no conocimos
y sentar un precedente ante el futuro.